Las contradicciones del Presidente Texto de opinión, escrito por el alumno intermediario Caio Castanho

Las hipocresías y contradicciones del hombre Bolsonaro siempre fueron latentes, como muestra su biografía. 
Ahora, sin embargo, hay un pequeño detalle que hace que sus contradicciones no pasen más en blanco: él es el 
presidente de Brasil. El último cambio repentino de opinión surgió en los últimos días,  en medio de su nueva propuesta para 
reformular los ministerios que componen su tragicómico gobierno.

Para los que no se recuerdan, el presidente accidental, sea en sus 30 años como oscuro parlamentar o en su 
dramática compañía electoral de 2018, siempre se dijo en contra las negociaciones de cargos con el famoso bloque llamado "Centrón" (partidos sin ideología que se caracterizan por hacer política de una forma fisiológica, apoyando a aquellos que están dispuestos a comprarlos). 
Bolsonaro, en verdad, fue uno de los principales denunciantes de esta práctica tan arraigada en la cultura política brasileña, celebrado por apuntar los acuerdos hechos por los gobernantes que lo precedieron.

Por su vez, sus partidarios, fanáticos caracterizados por exhibir una hipocresía tan visible cuando el "mito", blandían orgullosos de que su candidato pondría fin a más de quinientos años de tradición política; decían que él, un hombre obstinadamente honesto, sin amarras y compromisos, era el único que podía desafiar a los barones que hace tanto tiempo manipulan el aparato de gobierno brasileño.

Las cosas, sin embargo, cambiaron: en un movimiento sorprendente, las convicciones de los que se decían contrarios a esas acciones no parecían tan inquebrantables; el presidente y sus seguidores, antes unidos en una sola voz contra las prácticas desleales de la vieja política, ahora parecen estar convencidos de que tal vez ellas no sean tan malas - al final, en medio de las amenazas de impeachment, ¿Cuál es el problema de cambiar antiguas opiniones concebidas por un típico carácter demagogo a partir de un pueblo desinformado?

Ahora, para mantener su frágil control, el presidente negocia a cielo abierto los cargos que antes pertenecían a sus compañeros más leales, los militares. Cada vez más aislado, no tuvo remordimiento en abandonar antiguos aliados - que por casualidad también son sus viejos "amigos" - para lotear cargos al "Centrón" y, así, asegurar su (solo) formal condición de líder máximo de la República.

Sin ninguna vergüenza, sin mayores explicaciones para un público que votó en un plan político que prometía 
el opuesto, el presidente llegó al punto de ceder un ministerio a Ciro Nogueira, que hasta ayer lo llamaba 
de fascista y vio en Lula el mejor presidente de la historia. Además, en un intento torpe de amenizar los
cuestionamientos, el antiguo inquisidor se declaró ahora como perteneciente al no más hereje "Centrón", hecho que manifestó lo que, según las encuestas, la mayoría ya sabe: si como presidente es inservible, como persona es detestable.